LA BOLSA DE HISTORIAS (MONGOLIA)

Hace siglos la peste negra hizo estragos entre los mongoles
Matando a millares si no a millones de personas. Desesperadas y aterrorizadas, las gentes de sus dominios huyeron en todas las direcciones posibles, siguiendo cada uno de los puntos cardinales con la esperanza de escapar. Las ciudades quedaron desiertas y los caminos se llenaron.
A lo largo de las sendas, aquellos que comenzaban a mostrar síntomas de la enfermedad, por leves o confusos que fueran, eran rápidamente abandonados en el camino por sus parientes y camaradas, esperando que el destino y los dioses determinasen qué hacer con sus almas.
Uno de estos pobres desamparados, dejado atrás por su familia, era un joven muchacho llamado Tarväa. Al atravesar el Gran Desierto en dirección al oeste y, sintiéndose mareado, su familia le abandonó apenas dejándole una pequeña calabaza con agua en su interior.
Débil y sin fuerzas, el chico perdió el conocimiento, y preparándose para morir, su alma decidió dirigirse al inframundo.
Allí, el Gran Khan del Reino de los Muertos le recibió con gran asombro. No era extraño que un chico de su edad se presentase ante él en aquellos días, pues muchos más jóvenes que Tarväa habían 13 ido a parar allí en los meses anteriores.
Sin embargo, el nombre del muchacho no figuraba en la lista que el Khan tenía en su pupitre y, extrañado, le preguntó: ―¿Cómo es que has venido aquí? Tú no estás enfermo. Tarväa, algo confundido, le respondió: ―Me sentía débil y mareado. Mis padres y hermanos pensaron que estaba muriendo y me dejaron en el camino.
No quería esperar más sufriendo en el desierto y decidí venir aquí. El Khan no daba crédito ante la fatalidad del muchacho y la necedad de su familia: ―Pero, chico…
¿¡Tus padres no saben distinguir entre los síntomas de la muerte negra y los de la sed!? Tarväa se mantuvo en silencio. ―Tu hora aún está muy lejana y no es este el tiempo de que vengas aquí. Vuelve pues al mundo de los vivos, ya que ese es el lugar que te corresponde.
Pero antes de partir, te permitiré que pidas un deseo que te será concedido a tu regreso. Así el Khan asió a Tarväa del hombro y, paseándole por las diferentes tierras del inframundo, le mostró todo cuanto podía poseer de vuelta a la vida. Había belleza y salud, riqueza y plenitud, poder y sabiduría, pero ninguna de aquellas cosas le interesaban al chico.
Finalmente, cuando la paciencia del Khan comenzaba a agotarse, la mirada de Tarväa se posó sobre un objeto que sí le resultó de gran interés. Era una vieja saca de esparto de la que se decía que contenía todas las historias y cuentos del mundo. Aquella fue su elección.
Y así el joven regresó a la polvorienta y seca planicie en la que había quedado postrado, mas con gran pesar comprobó que un buitre se había comido sus ojos mientras yacía inconsciente. La idea de ser ciego le aterraba y le partía el corazón, pero no atreviéndose a contradecir al Khan del inframundo, decidió regresar a la vida.
14 De esta manera Tarväa se convirtió en el mayor y mejor contador de historias que el Imperio Mongol jamás conoció. Viajó por todos sus rincones, compartiendo sus relatos y conocimientos con cuantas gentes se topó.
Capaz de poder predecir el futuro pese a no poder ver, mercaderes y khanes llegaron a hacerse acreedores de sus servicios y se dice que, desde entonces, contar y escuchar historias se convirtió en uno de los grandes pasatiempos de los mongoles.
LA BOLSA DE HISTORIAS (MONGOLIA)
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